Quien roba a un ladrón… (2ª Ed.) by Lou Carrigan

Quien roba a un ladrón… (2ª Ed.) by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2019-05-05T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

Debía ser cerca de la una del mediodía cuando Nathaniel Saint John detenía el coche cerca de la villa donde la noche anterior habían ido Burel y Thierry, en la zona residencial Les Baumettes. Para entonces, no sólo se había vestido, en su balandro, sino que había llegado a diversas conclusiones.

Por ejemplo: a Denise la estaban buscando no sólo Thierry y Burel, sino, al parecer, más hombres. Uno de ésos había sido el tal Macée, el bestia de la navaja, Robert Macée, según constaba en su carnet de conducir… Y el tal Macée debía haber visto a Denise cuando ella salió por la mañana de la lancha para ir a llamarlo por teléfono. Cuando ella regresó a la lancha, Macée la siguió, y la mató. Luego, se fue a llamar a su vez por teléfono a Thierry y a Burel, o al jefe de éstos, que los había enviado. Pero mientras Macée llamaba por teléfono, llega el atolondrado de Nathaniel Saint John, y se mete en aquel cepo. Macée, posiblemente lo estaba viendo, y sin vacilar, va de nuevo a la lancha, dispuesto a degollarlo a su vez. Mientras tanto, Thierry y Burel acuden allí…, y se quedan estupefactos al verlo a él: ¡el mismo tipo de la noche pasada!

¿Conclusión final? Bueno, a Nat sólo se le ocurría una cosa al respecto: en aquella mansión estaba la persona que daba órdenes a tipos como Macee, Burel y Thierry.

¿Y quién era esa persona…? Naturalmente, Nat había recurrido al directorio telefónico de Niza, buscando aquella dirección, y, por consiguiente, el nombre del abonado al teléfono de la mansión. Resultado: un tal Emil de Barbusse, que, al parecer, era conde.

—Ya sabía yo —reflexionó Nat— que tarde o temprano me relacionaría con la aristocracia…

Sólo había un pequeño problema para iniciar aquellas relaciones. Un problema doble, llamado Burel y Thierry, que por supuesto debían haber conseguido cargadores nuevos para sus pistolas. Pistolas que utilizarían contra él en cuanto le echasen la vista encima. Aunque quizá los dos matones no estuviesen en la casa, sino buscándole a él todavía, o a Macée… Por otra parte, naturalmente, le habrían descrito al tal conde de Barbusse el sujeto de los largos cabellos rubios y ojos transparentes que les había zumbado en el pisito de Denise, así que, en cuanto él apareciese en la mansión, el conde lo identificaría, seguro.

Encendió un cigarrillo, mientras seguía pensando… Desde luego, a aquellas alturas, ya no podía avisar a la policía. Por muy honrado que fuese él, eso de haber sepultado en el mar a tres muertos, le traería no pocas complicaciones, aunque tales muertos estuviesen metidos en negocios sucios cuando estaban en vida. Tampoco podía…

Su mirada quedó en el taxi que en aquel momento salía de la villa.

¿Y si iba en él alguien que pudiese ayudarle a solucionar sus problemas? Lo cierto era que ya conocía aquel lugar y las personas que podía encontrar allí. ¿Quién podía ir en el taxi…?

Puso en marcha el coche, y partió tras el taxi, hacia el centro de la ciudad.



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